miércoles, 26 de octubre de 2011

Crisis

          Cuando observamos la crisis, observamos el contexto en el cual se dan las situaciones de riesgo. Frente una crisis que nos golpea, sentimos y vivimos situaciones de angustia. La situación de crisis es ruptura, es quiebre. La organización interna que teníamos hasta ese momento ya no es la adecuada para esta nueva situación, perdimos el referente, esa estructura interna que era nuestro sostén.
     Las crisis sociales son procesos que se despliegan en el ámbito de lo social, y por lo tanto, como sujetos del sistema estamos todos comprometidos.
El problema se genera en el como sentimos...como la vivimos. En primer lugar, una crisis social, nos golpeará en forma indirecta, es decir: "nos pasa esto por la crisis... entonces todos estamos en crisis, por tanto, yo también estoy en crisis”. Pero ¿que sucede en el adentro?... adentro, comienzan a reproducirse escenas de todo tipo, algunas que ya hemos vivido y otras fantaseadas. Y todo lo que ocurre en el afuera impacta en el adentro, en nuestro mundo interno, en eso que pensamos, que sentimos, en el cómo estamos.. Es ahí donde por diversas circunstancias nos sentimos mal. Nos sentimos invadidos por una experiencia de paralización, nos sentimos en soledad y confusos, desdibujándose el futuro y apareciendo vacío frente a nosotros. Dependiendo del grado de intensidad de la crisis podríamos llegar a tener una experiencia de despersonalización, percibiéndonos como “otro”.
Crisis proviene del griego, Krino: decidir, separar, o juzgar (juicio que se hace sobre alguna cosa). De allí se traslada al latín: crisis como mutación grave que sobreviene en una enfermedad para mejorarla o empeorarla. O momento decisivo de un asunto de importancia(*).
A pesar de la confusión, parálisis , violencia, crisis personales, sociales, institucionales, la crisis también nos presenta la posibilidad de una toma de conciencia, abriendo nuevas posibilidades, dándonos la oportunidad de ser protagonistas activos de los acontecimientos, obligándonos muchas veces a salir del bunker de la comodidad.


Ernesto Moya
Psicólogo social



(*) Coromonas, J y Pascual, J. Diccionario crítico etimológico, Madrid, Gredos, 1992.


sábado, 22 de octubre de 2011

LA DROGA COMO SÍNTOMA SOCIAL


Revista del fondo de ayuda toxicológica
LA DROGA COMO SÍNTOMA SOCIAL


La drogadicción como problema masivo aparece en un momento especial, luego de una secuencia histórica donde los argentinos pasamos por una etapa de euforia; donde el retorno de una figura idealizada de un líder popular iba a comenzar una etapa de grandes proyectos. Pero comenzó una violencia social que permitió el golpe militar con una etapa de represión y terror, que al no sostenerse más, llevó a las elecciones que después de una corta euforia democrática se empantana en un país empobrecido y sin proyecto.
Pero este proceso histórico argentino está sobre otro proceso mundial que es el proceso de masificación y tecnificación de la cultura mundial especialmente de los países altamente industrializados.
La tesis de este artículo es vincular la solución drogadicta del adolescente, como salida de evasión a su angustia y confusión que está incluida en la concepción tecnológica-farmacológica de la vida de la sociedad de masas. Señalar que especial¬mente el adolescente no hace sino llevar más lejos una opción negadora de la problemática psicológica y existencial, donde una pastilla, un psicofár¬maco sustituye un diálogo con otro es la estrategia del atontamiento químico que no enfrentar la superación de etapas vitales, las naturales angustias y contradicciones que permiten la maduración de un proceso de vida, es decir de un proceso le individuación que da sentido a la vida. Existe todo un enorme aparato multinacional de los psi¬cofármacos, de las bebidas alcohólicas y del cigarrillo que induce el consumo de evasión, que lleva al encierro. Esto lo decimos pues cualquier droga no es ni buena ni mala en sí misma, los pueblos ecológicos (mal llamados primitivos) incluyen drogas en sus ceremonias rituales de socialización, pero las usan como facilitadoras del acercamiento amoroso y solidario de la tribu y para enfrentar las incógnitas existenciales del hombre. Todo lo contrario es su uso en las sociedades tecnológicas donde es un instrumento de evasión individual para quedar más solo y confundido pues las ceremo¬nias dialogantes y solidarias están destruidas por el modelo social de competitividad individual, el anonimato de las masas urbanas, la fragmentación de roles y la comunicación intermediada por los canales masivos, que sustituyen el diálogo por la recepción pasiva de información.
El proceso de tecnificación de la cultura urbana va estructurando todos los niveles de la rea-lidad, el hábitat, los instrumentos, el uso del cuerpo, los modos de comunicación, las normas de relación, de modo tal que va haciendo cada vez más difícil las interacciones cara-a-cara, donde una persona se compromete con otra corporal, emotiva y dialógicamente con otra. Las interacciones son en la familia reducida, lo cual determina relaciones demasiado super¬puestas o en la calle con la masa anónima donde siempre se testimonian como desconocidos, se ven mutuamente como anónimos. La cultura tecnológica de masas, donde el estado va contro¬lando cada vez más aspectos del individuo, ha per¬dido el espacio social intermedio entre el hogar (la familia) y la calle (el estado) y es el espacio comunitario de las instituciones de base, que son desarrolladas creativamente desde las personas. Solo existen las instituciones formales que son dirigidas y organizadas desde el estado o grandes empresas anónimas donde no hay participación de sus miembros, por ejemplo: Escuelas, universidades, grandes clubes, etc. Ninguna de ellas permite expresar la singularidad de los grupos y de las particularidades de ese momento social, con las preocupaciones y proyectos específicos de los que se componen el espacio comunitario de esa institución.
La identidad de una persona depende de su integración activa y dialógica en un grupo comunitario, es decir que supere su grupo interno (su familia). Este pasaje de la familia donde tuvo el rol de hijo al grupo de pares donde va a encontrar su pareja y realizar su proceso de individuación se llama el proceso de exogamia. Este proceso en la sociedad tecnológica está perturbado pues el tejido social está destruido o controlado verticalmente por el Estado o por grandes empresas (donde quien decide no forma parte de la comunidad). Este va creando el habitante-robot, que pasivamente piensa y hace lo que pensaron o decidieron otros, es el hombre-programado. La escuela, la universidad, la televisión, los medios, las grandes empresas de "diversiones", están sustituyendo los antiguos espacios de socialización: la cuadra del barrio (la solidaridad vecinal), las sociedades de fomento, y todos los grupos de creatividad, la "barra de la esquina", el café de barrio, las murgas carnavaleras, la parroquia y todas las ceremonias espontáneas (actualmente diríamos autogestivas) de los pibes, los adolescentes, los adultos.
En los jóvenes que tuvieron su socialización en los últimos veinte años, este proceso de lavado de cerebro fue más grave, durante el terror de estado. Los grupos de toda clase estaban controlados o prohibidos, y luego de la corta euforia de la apertura democrática se agudizó otra imposibilidad, la de encontrar inserción laboral, la desocupación, resultado del empobrecimiento (deuda externa, recesión) deja una gran masa de adolescen¬tes en situación de ocio forzado.
Cuando a Sigmund Freud le preguntaron: "Maestro, ¿qué es la salud mental?", contestó: "poder amar y trabajar"... esto es poder tener vínculos de empatía e insertarse laboralmente. Pero ¿cuándo se puede cumplir con estas dos funciones?. Cuando podemos dialogar, es decir, hablar, escuchar y contestar; cuando se cierra el cir¬cuito de la comunicación; no sólo cuando escuchamos sino fundamentalmente cuando nos escuchan y nos contestan, pues como dice Jean P. Sartre: "mi identidad es la contestación del otro, el otro es el testigo de mi singularidad". ¿Por qué decimos esto en un artículo sobre la drogadicción? Porque este tipo de sociedad tecnológica no asegura espacios dialogantes, la persona es bombardeada por miles de mensajes que se constituyen en una programación pero la persona no tiene la posibilidad de contestar esos mensajes, los me¬dios masivos no tienen vuelta, el televisor (como también la radio, el cine y la prensa) no tiene oídos, es como un manipulador que induce ideas y conductas pero que no recibe lo que cada mente procesa con cada mensaje y sabemos que la identidad, la singularidad de un individuo tiene que ver con su oposición dialéctica con el modo de contradecir, transgredir creativamente el mandato dado. Yo soy porque opto por algo nuevo que me singulariza.
Y para finalizar este análisis, debemos dar la última etapa de este proceso de manipular, de programar habitantes anónimos, porque el resultado es la dificultad de crear un núcleo de identidad, un proyecto vital propio que dé un sentido a cada vida. Especialmente los jóvenes pueden tener dificultades para organizar prospectivamente su percepción de la realidad. En cualquier momento el sentimiento de existencia pierde sentido y cae en la vivencia de vacío, de presente continuo, esta sensación de conciencia detenida es productora de un gran monto de angustia, pues se configura como angustia de muerte. Este sentimiento de soledad es insoportable y cualquier cosa para salir de él es útil. Aquí, finalmente aparece la solución química-tecnológica, un procedimiento artificial para sentir que todo vuelve a moverse, asegu¬ra la corriente de conciencia por la estimulación farmacológica y con esto llegamos por fin a lo que queríamos señalar: que la misma sociedad pro¬duce la enfermedad (el anonimato angustiante) y la seudo-solución, las drogas legales e ilegales.
Además cuando las condiciones sociales fueron de frustración e incomunicación menores, la adicción propuesta fue el alcoholismo (especialmente de los sectores marginados y empobreci
dos). La droga (la cocaína) era una necesidad de los artistas (para estimular la creación) y en algunos niños bien hastiados de tanto ocio opulento. Pero cuando la situación social se torna desesperada (des-esperada, sin esperar un futuro, un proyecto), la seudo-solución química-tecnológica se transforma primero en el "inocente" psicofármaco recetado por el médico (detrás están las multinacionales de la farmacología) y luego, como la crisis social aumenta, aparecen las ilegales (las multinacionales del narcotráfico) que tienen sus "tandas publicitarias" en las series policiales americanas donde el drogadicto es muchas veces un protagonista; o las empresas discográficas que especulan con violencia-sexo-droga y rock and roll y crean una cultura de idealización de la estimulación electrónica basada en el trance y la intensidad del sonido.
Si ahora agregamos otro factor que potencia esto anterior, que es el empobrecimiento y la de¬socupación, aparecen nuevos elementos. Uno, el no-proyecto individual, familiar y nacional que condiciona la inseguridad económica; otro la destrucción familiar, que produce la desocupación, especialmente en las clases marginadas (niños en la calle que recurren a los inhalantes de tolueno. Y finalmente, las formas marginales de combatir el hambre que son el robo, la prostitución, y la mendicidad.
Nuestra experiencia clínica nos lleva a pro¬poner una psicopatología mutante, es decir, cuadros nuevos que no son categorizables desde la psicopatología clásica (histerias, neurosis, melancolías, etc.) y que se emparentan con los antiguos cuadros borderline (los trastornos narcisíticos), pero que tienen características distintas. Las llamamos síndrome de la vida vacía, donde se vivencia una paralización del sentimiento de existencia. Y pensamos que muchas adicciones graves son un intento de salir de este estado de psiquismo.
Por último, haremos una aclaración respecto a la asociación droga-violencia que hacen los me¬dios periodísticos (y que constituye también una "verdad policial").
Nosotros pensamos que otra de las salidas del sentimiento de conciencia vacía (el síndrome de la vida vacía) es la acción, el movimiento; pero como el diálogo (el ida y vuelta de la comunicación) está roto, la única posibilidad de interacción es la acción en base a una proyección. Es decir, si no hay posibilidad dé amor (pues para amar hay que conocer al otro, tener el placer de ser también reconocido y querido) entonces, se consagra el odio como emoción (que es mejor que la soledad abrumadora) y aparece el espacio paranoide. Es decir, la violencia como salida del encierro paralizante. Si ataca, se me configura nuevamente un ar¬gumento vincular con el otro, ya que no estoy so¬lo, existo frente a mi víctima.
¿Por qué decíamos que la violencia es otra salida bastarda de la conciencia vacía?... Porque el tipo de personalidad básica de una salida, la droga y la otra, la violencia, son distintas. El joven que se droga generalmente tiene una personalidad esquizoide (se ve para adentro de sí mismo); en cambio, el que puede recurrir a la acción violenta, tiene características epileptoides y psicopáticas, tiene el yo organizado hacia afuera y dificultades en la simbolización: no piensa, actúa, es el candi¬dato a la página policial muchas veces con agravan¬tes sádicas y conductas irracionales.
El otro, el esquizoide, es el adolescente que se "manda el gran viaje" con visualizaciones auditivas y visuales. En comparación con el mundo de los alcohólicos (el autor, como director del Hogar Félix Lora de la Municipalidad de Buenos Aires, tu¬vo bastante experiencia con "grandes curdas"), donde se dice que alguien tiene "mal vino" y "buen vino", el primero es el curda peleador, violento y peligroso y el segundo es el curda charla-tán, divertido, que termina dormido. Estas dos especies de alcohólicos no se superponen, se van a la violencia (hacia afuera), o se van hacia adentro (a los recuerdos).
Tampoco pensamos que se puede asociar siem¬pre droga con violencia. Pero también aclaramos que en los violentos, en los delincuentes, la droga es un facilitador del asalto o del homicidio y aquí sí que corresponde la asociación violencia-droga.
En el otro tema del drogadicto que queda diri¬gido hacia sus fantasías y sensaciones (el que lla¬mamos esquizoide), llega una etapa (si sigue la escalada de la droga) en que trasgrede (delinque), y es cuando se transforma en pasador de droga, que recibe como pago, parte de la droga que distribuye.

Por ALFREDO MOFFATT
Psicólogo Social

jueves, 6 de octubre de 2011

"CUANDO EL CUERPO GRITA ... LO QUE LA BOCA CALLA".


"La enfermedad es un conflicto entre la personalidad y el alma". Bach.

Muchas veces...

El resfrío "chorrea" cuando el cuerpo no llora.
El dolor de garganta "tapona" cuando no es posible comunicar las aflicciones.
El estómago arde cuando las rabias no consiguen salir.
La diabetes invade cuando la soledad duele.
El cuerpo engorda cuando la insatisfacción aprieta.
El dolor de cabeza deprime cuando las dudas aumentan.
El corazón afloja cuando el sentido de la vida parece terminar.
La alergia aparece cuando el perfeccionismo está intolerable.
Las uñas se quiebran cuando las defensas están amenazadas.
El pecho aprieta cuando el orgullo esclaviza.
La presión sube cuando el miedo aprisiona.
Las neurosis paralizan cuando el niño interior tiraniza.
La fiebre calienta cuando las defensas explotan las fronteras de la inmunidad.
 Y tus dolores callados? Cómo hablan en tu cuerpo?
 Elige alguien que te pueda ayudar a organizar las ideas, armonizar las sensaciones y recuperar la alegría.
Todos precisan saludablemente de un oyente interesado.
Pero todo depende, principalmente, de nuestro esfuerzo personal para hacer que sucedan mudanzas en nuestra vida.
 

miércoles, 5 de octubre de 2011

EL CUERPO UTÓPICO


CONFERENCIA DE MICHEL FOUCAULT


En esta conferencia de Foucault –que acaba de publicarse en castellano–, el cuerpo es primero “lo contrario de una utopía”, lugar “absoluto”, “despiadado”, al que se confronta la utopía del alma. Pero finalmente el cuerpo, “visible e invisible”, “penetrable y opaco”, resulta ser “el actor principal de toda utopía” y sólo calla ante el espejo, ante el cadáver o ante el amor.
Por Michel Foucault *
Apenas abro los ojos, ya no puedo escapar a ese lugar que Proust, dulcemente, ansiosamente, viene a ocupar una vez más en cada despertar1. No es que me clave en el lugar –porque después de todo puedo no sólo moverme y removerme, sino que puedo moverlo a él, removerlo, cambiarlo de lugar–, sino que hay un problema: no puedo desplazarme sin él; no puedo dejarlo allí donde está para irme yo a otra parte. Puedo ir hasta el fin del mundo, puedo esconderme, de mañana, bajo mis mantas, hacerme tan pequeño como pueda, puedo dejarme fundir al sol sobre la playa, pero siempre estará allí donde yo estoy. El está aquí, irreparablemente, nunca en otra parte. Mi cuerpo es lo contrario de una utopía, es lo que nunca está bajo otro cielo, es el lugar absoluto, el pequeño fragmento de espacio con el cual, en sentido estricto, yo me corporizo.
Mi cuerpo, topía despiadada. ¿Y si, por fortuna, yo viviera con él en una suerte de familiaridad gastada, como con una sombra, como con esas cosas de todos los días que finalmente he dejado de ver y que la vida pasó a segundo plano, como esas chimeneas, esos techos que se amontonan cada tarde ante mi ventana? Pero todas las mañanas, la misma herida; bajo mis ojos se dibuja la inevitable imagen que impone el espejo: cara delgada, hombros arqueados, mirada miope, ausencia de pelo, nada lindo, en verdad. Y es en esta fea cáscara de mi cabeza, en esta jaula que no me gusta, en la que tendré que mostrarme y pasearme; a través de esta celosía tendré que hablar, mirar, ser mirado; bajo esta piel tendré que reventar. Mi cuerpo es el lugar irremediable al que estoy condenado. Después de todo, creo que es contra él y como para borrarlo por lo que se hicieron nacer todas esas utopías. El prestigio de la utopía, la belleza, la maravilla de la utopía, ¿a qué se deben? La utopía es un lugar fuera de todos los lugares, pero es un lugar donde tendré un cuerpo sin cuerpo, un cuerpo que será bello, límpido, transparente, luminoso, veloz, colosal en su potencia, infinito en su duración, desligado, invisible, protegido, siempre transfigurado; y es bien posible que la utopía primera, aquella que es la más inextirpable en el corazón de los hombres, sea precisamente la utopía de un cuerpo incorpóreo. El país de las hadas, el país de los duendes, de los genios, de los magos, y bien, es el país donde los cuerpos se transportan tan rápido como la luz, es el país donde las heridas se curan con un bálsamo maravilloso en el tiempo de un rayo, es el país donde uno puede caer de una montaña y levantarse vivo, es el país donde se es visible cuando se quiere, invisible cuando se lo desea. Si hay un país mágico es realmente para que en él yo sea un príncipe encantado y todos los lindos lechuguinos se vuelvan peludos y feos como osos.
Pero hay también una utopía que está hecha para borrar los cuerpos. Esa utopía es el país de los muertos, son las grandes ciudades utópicas que nos dejó la civilización egipcia. Después de todo, las momias, ¿qué son? Es la utopía del cuerpo negado y transfigurado. La momia es el gran cuerpo utópico que persiste a través del tiempo. También existieron las máscaras de oro que la civilización micénica ponía sobre las caras de los reyes difuntos: utopía de sus cuerpos gloriosos, poderosos, solares, terror de los ejércitos. Existieron las pinturas y las esculturas de las tumbas; los yacientes, que desde la Edad Media prolongan en la inmovilidad una juventud que ya no tendrá fin. Existen ahora, en nuestros días, esos simples cubos de mármol, cuerpos geometrizados por la piedra, figuras regulares y blancas sobre el gran cuadro negro de los cementerios. Y en esa ciudad de utopía de los muertos, hete aquí que mi cuerpo se vuelve sólido como una cosa, eterno como un dios.
Pero tal vez la más obstinada, la más poderosa de esas utopías por las cuales borramos la triste topología del cuerpo nos la suministra el gran mito del alma, desde el fondo de la historia occidental. El alma funciona en mi cuerpo de una manera muy maravillosa. En él se aloja, por supuesto, pero bien que sabe escaparse de él: se escapa para ver las cosas, a través de las ventanas de mis ojos, se escapa para soñar cuando duermo, para sobrevivir cuando muero. Mi alma es bella, es pura, es blanca; y si mi cuerpo barroso –en todo caso no muy limpio– viene a ensuciarla, seguro que habrá una virtud, seguro que habrá un poder, seguro que habrá mil gestos sagrados que la restablecerán en su pureza primigenia. Mi alma durará largo tiempo, y más que largo tiempo, cuando mi viejo cuerpo vaya a pudrirse. ¡Viva mi alma! Es mi cuerpo luminoso, purificado, virtuoso, ágil, móvil, tibio, fresco; es mi cuerpo liso, castrado, redondeado como una burbuja de jabón.
Y hete aquí que mi cuerpo, por la virtud de todas esas utopías, ha desaparecido. Ha desaparecido como la llama de una vela que alguien sopla. El alma, las tumbas, los genios y las hadas se apropiaron por la fuerza de él, lo hicieron desaparecer en un abrir y cerrar de ojos, soplaron sobre su pesadez, sobre su fealdad, y me lo restituyeron resplandeciente y perpetuo.
Pero mi cuerpo, a decir verdad, no se deja someter con tanta facilidad. Después de todo, él mismo tiene sus recursos propios de lo fantástico; también él posee lugares sin lugar y lugares más profundos, más obstinados todavía que el alma, que la tumba, que el encanto de los magos. Tiene sus bodegas y sus desvanes, tiene sus estadías oscuras, sus playas luminosas. Mi cabeza, por ejemplo, mi cabeza: qué extraña caverna abierta sobre el mundo exterior por dos ventanas, dos aberturas, bien seguro estoy de eso, puesto que las veo en el espejo; y además, puedo cerrar una u otra por separado. Y sin embargo no hay más que una sola de esas aberturas, porque delante de mí no veo más que un solo paisaje, continuo, sin tabiques ni cortes. Y en esa cabeza, ¿cómo ocurren las cosas? Y bien, las cosas vienen a alojarse en ella. Entran allí –y de eso estoy muy seguro, de que las cosas entran en mi cabeza cuando miro, porque el sol, cuando es demasiado fuerte y me deslumbra, va a desgarrar hasta el fondo de mi cerebro–, y sin embargo esas cosas que entran en mi cabeza siguen estando realmente en el exterior, puesto que las veo delante de mí y, para alcanzarlas, a mi vez debo avanzar.
Cuerpo incomprensible, cuerpo penetrable y opaco, cuerpo abierto y cerrado: cuerpo utópico. Cuerpo absolutamente visible, en un sentido: muy bien sé lo que es ser mirado por algún otro de la cabeza a los pies, sé lo que es ser espiado por detrás, vigilado por encima del hombro, sorprendido cuando menos me lo espero, sé lo que es estar desnudo; sin embargo, ese mismo cuerpo que es tan visible, es retirado, es captado por una suerte de invisibilidad de la que jamás puedo separarlo. Ese cráneo, ese detrás de mi cráneo que puedo tantear, allí, con mis dedos, pero jamás ver; esa espalda, que siento apoyada contra el empuje del colchón sobre el diván, cuando estoy acostado, pero que sólo sorprenderé mediante la astucia de un espejo; y qué es ese hombro, cuyos movimientos y posiciones conozco con precisión pero que jamás podré ver sin retorcerme espantosamente. El cuerpo, fantasma que no aparece sino en el espejismo de los espejos y, todavía, de una manera fragmentaria. ¿Acaso realmente necesito a los genios y a las hadas, y a la muerte y al alma, para ser a la vez indisociablemente visible e invisible? Y además ese cuerpo es ligero, es transparente, es imponderable; nada es menos cosa que él: corre, actúa, vive, desea, se deja atravesar sin resistencia por todas mis intenciones. Sí. Pero hasta el día en que siento dolor, en que se profundiza la caverna de mi vientre, en que se bloquean, en que se atascan, en que se llenan de estopa mi pecho y mi garganta. Hasta el día en que se estrella en el fondo de mi boca el dolor de muelas. Entonces, entonces ahí dejo de ser ligero, imponderable, etc.; me vuelvo cosa, arquitectura fantástica y arruinada.
No, realmente, no se necesita sortilegio ni magia, no se necesita un alma ni una muerte para que sea a la vez opaco y transparente, visible e invisible, vida y cosa; para que sea utopía basta que sea un cuerpo. Todas esas utopías por las cuales esquivaba mi cuerpo, simplemente tenían su modelo y su punto primero de aplicación, tenían su lugar de origen en mi propio cuerpo. Estaba muy equivocado hace un rato al decir que las utopías estaban vueltas contra el cuerpo y destinadas a borrarlo: ellas nacieron del propio cuerpo y tal vez luego se volvieron contra él.
En todo caso, una cosa es segura, y es que el cuerpo humano es el actor principal de todas las utopías. Después de todo, una de las más viejas utopías que los hombres se contaron a ellos mismos, ¿no es el sueño de cuerpos inmensos, desmesurados, que devorarían el espacio y dominarían el mundo? Es la vieja utopía de los gigantes, que se encuentra en el corazón de tantas leyendas, en Europa, en Africa, en Oceanía, en Asia; esa vieja leyenda que durante tanto tiempo alimentó la imaginación occidental, de Prometeo a Gulliver.
También el cuerpo es un gran actor utópico, cuando se trata de las máscaras, del maquillaje y del tatuaje. Enmascararse, maquillarse, tatuarse, no es exactamente, como uno podría imaginárselo, adquirir otro cuerpo, simplemente un poco más bello, mejor decorado, más fácilmente reconocible; tatuarse, maquillarse, enmascararse, es sin duda algo muy distinto, es hacer entrar al cuerpo en comunicación con poderes secretos y fuerzas invisibles. La máscara, el signo tatuado, el afeite depositan sobre el cuerpo todo un lenguaje: todo un lenguaje enigmático, todo un lenguaje cifrado, secreto, sagrado, que llama sobre ese mismo cuerpo la violencia del dios, el poder sordo de lo sagrado o la vivacidad del deseo. La máscara, el tatuaje, el afeite colocan al cuerpo en otro espacio, lo hacen entrar en un lugar que no tiene lugar directamente en el mundo, hacen de ese cuerpo un fragmento de espacio imaginario que va a comunicar con el universo de las divinidades o con el universo del otro. Uno será poseído por los dioses o por la persona que uno acaba de seducir. En todo caso la máscara, el tatuaje, el afeite son operaciones por las cuales el cuerpo es arrancado a su espacio propio y proyectado a otro espacio.
Escuchen, por ejemplo, este cuento japonés y la manera en que un tatuador hace pasar a un universo que no es el nuestro el cuerpo de la joven que él desea:
“El sol disparaba sus rayos sobre el río e incendiaba el cuarto de las siete esteras. Sus rayos reflejados sobre la superficie del agua formaban un dibujo de olas doradas sobre el papel de los biombos y sobre la cara de la joven profundamente dormida. Seikichi, tras haber corrido los tabiques, tomó entre sus manos sus herramientas de tatuaje. Durante algunos instantes permaneció sumido en una suerte de éxtasis. Precisamente ahora saboreaba plenamente la extraña belleza de la joven. Le parecía que podía permanecer sentado ante ese rostro inmóvil durante decenas y centenas de años sin jamás experimentar ni fatiga ni aburrimiento. Así como el pueblo de Menfis embellecía antaño la tierra magnífica de Egipto de pirámides y de esfinges, así Seikichi con todo su amor quiso embellecer con su dibujo la piel fresca de la joven. Le aplicó de inmediato la punta de sus pinceles de color sostenidos entre el pulgar, el anular y el dedo pequeño de la mano izquierda, y a medida que las líneas eran dibujadas, las pinchaba con su aguja sostenida en la mano derecha”.
Y si se piensa que la vestimenta sagrada, o profana, religiosa o civil hace entrar al individuo en el espacio cerrado de lo religioso o en la red invisible de la sociedad, entonces se ve que todo cuanto toca al cuerpo –-dibujo, color, diadema, tiara, vestimenta, uniforme–, todo eso hace alcanzar su pleno desarrollo, bajo una forma sensible y abigarrada, las utopías selladas en el cuerpo.
Pero acaso habría que descender una vez más por debajo de la vestimenta, acaso habría que alcanzar la misma carne, y entonces se vería que en algunos casos, en su punto límite, es el propio cuerpo el que vuelve contra sí su poder utópico y hace entrar todo el espacio de lo religioso y lo sagrado, todo el espacio del otro mundo, todo el espacio del contramundo, en el interior mismo del espacio que le está reservado. Entonces, el cuerpo, en su materialidad, en su carne, sería como el producto de sus propias fantasías. Después de todo, ¿acaso el cuerpo del bailarín no es justamente un cuerpo dilatado según todo un espacio que le es interior y exterior a la vez? Y también los drogados, y los poseídos; los poseídos, cuyo cuerpo se vuelve infierno; los estigmatizados, cuyo cuerpo se vuelve sufrimiento, redención y salvación, sangrante paraíso.
Realmente era necio, hace un rato, de creer que el cuerpo nunca estaba en otra parte, que era un aquí irremediable y que se oponía a toda utopía.
Mi cuerpo, de hecho, está siempre en otra parte, está ligado a todas las otras partes del mundo, y a decir verdad está en otra parte que en el mundo. Porque es a su alrededor donde están dispuestas las cosas, es con respecto a él –y con respecto a él como con respecto a un soberano– como hay un encima, un debajo, una derecha, una izquierda, un adelante, un atrás, un cercano, un lejano. El cuerpo es el punto cero del mundo, allí donde los caminos y los espacios vienen a cruzarse, el cuerpo no está en ninguna parte: en el corazón del mundo es ese pequeño núcleo utópico a partir del cual sueño, hablo, expreso, imagino, percibo las cosas en su lugar y también las niego por el poder indefinido de las utopías que imagino. Mi cuerpo es como la Ciudad del Sol, no tiene un lugar pero de él salen e irradian todos los lugares posibles, reales o utópicos.
Después de todo, los niños tardan mucho tiempo en saber que tienen un cuerpo. Durante meses, durante más de un año, no tienen más que un cuerpo disperso, miembros, cavidades, orificios, y todo esto no se organiza, todo esto no se corporiza literalmente sino en la imagen del espejo. De una manera más extraña todavía, los griegos de Homero no tenían una palabra para designar la unidad del cuerpo. Por paradójico que sea, delante de Troya, bajo los muros defendidos por Héctor y sus compañeros, no había cuerpo, había brazos alzados, había pechos valerosos, había piernas ágiles, había cascos brillantes por encima de las cabezas: no había un cuerpo. La palabra griega que significa cuerpo no aparece en Homero sino para designar el cadáver. Es ese cadáver, por consiguiente, es el cadáver y es el espejo quienes nos enseñan (en fin, quienes enseñaron a los griegos y quienes enseñan ahora a los niños) que tenemos un cuerpo, que ese cuerpo tiene una forma, que esa forma tiene un contorno, que en ese contorno hay un espesor, un peso, en una palabra, que el cuerpo ocupa un lugar. Es el espejo y es el cadáver los que asignan un espacio a la experiencia profunda y originariamente utópica del cuerpo; es el espejo y es el cadáver los que hacen callar y apaciguan y cierran sobre un cierre –-que ahora está para nosotros sellado– esa gran rabia utópica que hace trizas y volatiliza a cada instante nuestro cuerpo. Es gracias a ellos, es gracias al espejo y al cadáver por lo que nuestro cuerpo no es lisa y llana utopía. Si se piensa, empero, que la imagen del espejo está alojada para nosotros en un espacio inaccesible, y que jamás podremos estar allí donde estará nuestro cadáver, si se piensa que el espejo y el cadáver están ellos mismos en un invencible otra parte, entonces se descubre que sólo unas utopías pueden encerrarse sobre ellas mismas y ocultar un instante la utopía profunda y soberana de nuestro cuerpo.
Tal vez habría que decir también que hacer el amor es sentir su cuerpo que se cierra sobre sí, es finalmente existir fuera de toda utopía, con toda su densidad, entre las manos del otro. Bajo los dedos del otro que te recorren, todas las partes invisibles de tu cuerpo se ponen a existir, contra los labios del otro los tuyos se vuelven sensibles, delante de sus ojos semicerrados tu cara adquiere una certidumbre, hay una mirada finalmente para ver tus párpados cerrados. También el amor, como el espejo y como la muerte, apacigua la utopía de tu cuerpo, la hace callar, la calma, y la encierra como en una caja, la clausura y la sella. Por eso es un pariente tan próximo de la ilusión del espejo y de la amenaza de la muerte; y si a pesar de esas dos figuras peligrosas que lo rodean a uno le gusta tanto hacer el amor es porque, en el amor, el cuerpo está aquí.
1 La recuperación del cuerpo en el proceso del despertar es un tema recurrente en la obra de Marcel Proust. (N. de la R.)
* La conferencia “El cuerpo utópico”, de 1966, integra el libro El cuerpo utópico. Las heterotopías, de reciente aparición (ed. Nueva Visión).
Nota publicada por Pagina 12  el 29-10-10

martes, 4 de octubre de 2011

"Entre" en Psicodrama"

En las dramatizaciones, incorporamos la nocion de "entre". Las voces que rodean la escena. Los movimientos, ritmos, sonidos e imagenes del modo como la escena "afecta" al grupo. Lo que recorre el contorno de la escena. Los bordes de lo plegado. De modo que el grupo puede trabajar no solamente doblando a los "sujetos" de la escena sino tambien asumir la incorporalidad del "entre". Todo aquello que pasa "entre" los miembros. Alguien dramatiza una escena con su pareja. Tradicionalmente estamos acostumbrados a pensar en terminos de sujetos. "Entre" una pareja podemos sentir que estan los hijos, los padres, la familia, etc. Pero nosotros pensamos hoy en términos de agenciamientos, y no solo en términos de roles familiares. Una pareja crea en su "entre" una máquina de tedio y aburrimiento. El aburrimiento es un estado. Estado producido por la máquina que involucra a los miembros de la pareja. No porque cada miembro de la pareja sea aburrido, sino porque entre los dos han producido una máquina infernal de tedio. El "entre" dramatizado es el tedio aburrimiento como máquina producida por la pareja.
La nueva "individuacion" corresponde al agenciamiento máquina aburrimiento que abarca no los sujetos de la pareja sino la nueva máquina de tedio que los engloba a los dos pero donde se pierde la nocion de sujeto. La protagonicidad es la máquina producida como nuevo tipo de individuacion.

El "entre" es aprender a circular en el grupo fuera del contorno escenográfico de la escena. Lo que circula por los bordes de la escenografía. El "entre" no corresponde a ningún sujeto, sino a fractales, pequeños ritornelos de intesidades bloqueadas. Molecularidades que traspasan a los sujetos a velocidades diferentes. Nuevas identidades existenciales, desterritorializaciones producidas por línea de fuga. "Estados". Tiempo de duración. Pausas enriquecedoras que se territorializan fuera del tedio.
Sexualidades intensas que han sido bloqueadas. El grupo en su creacion "entre" es un creador de nuevas micropolíticas. Un gran cartografo del deseo. Como diría Deleuze no hay historias hay nuevas cartografías.
Tampoco hay sujetos, personas o caracteres que se dejen desarrollar. "No hay mas que nececidades, individuaciones precisas y sin sujeto que se definen por afectos o fuerzas".
La máquina "entre" no tiene las características de los sujetos que la producen. Es el nuevo devenir que no se puede producir por la historia de ambos. Es lo intempestivo. El acontecimiento.
"En la idea de agenciamiento se juega otra noción de sujeto. Desaparece la noción de individuo, la de miembro del grupo. En la idea de agenciamiento ya no hay mas miembros de un grupo... Cuando hablamos de cuerpo estamos diciendo que el cuerpo no expresa comportamientos, ni intercambio de roles o interacciones. El cuerpo es regimen de afectación, regímen de conexiones. La idea de cuerpo como regímen de afección es solidaria con la de agenciamientos y máquina y alli se rompe esa noción de sujeto. El grupo no será más un conjunto de individuos. Es un regímen de afecciones maquinal. No hay individuos en ese sentido. Grupo como máquina de potencia. Potencia de afecciones y las afecciones son aquello independiente del sujeto. Aca se juega la capacidad de afectar y ser afectado. No de lo que "yo" produzco sino lo que yo produzco con el otro que me roba, y robando yo. El agenciamiento máquina habla de un grupo descontrolado y por eso es productivo.
Es descontrolado en el sentido de que sus propias producciones no estan previstas, no preceden al agenciamiento mismo.
El grupo como pura singularidad. Cuando se habla del robo de la escena se puede decir: ¿Quien es el autor? ¿Quien es el miembro? y el quien es el quien de la escena y su posibilidad de afectación. El quien es la escena, pero la escena no es un sujeto, es el regimen virulento y de afectacionespero un sujeto sin fondo.

Hernan Kesselman y Eduardo Pavlovsky