sábado, 22 de octubre de 2011

LA DROGA COMO SÍNTOMA SOCIAL


Revista del fondo de ayuda toxicológica
LA DROGA COMO SÍNTOMA SOCIAL


La drogadicción como problema masivo aparece en un momento especial, luego de una secuencia histórica donde los argentinos pasamos por una etapa de euforia; donde el retorno de una figura idealizada de un líder popular iba a comenzar una etapa de grandes proyectos. Pero comenzó una violencia social que permitió el golpe militar con una etapa de represión y terror, que al no sostenerse más, llevó a las elecciones que después de una corta euforia democrática se empantana en un país empobrecido y sin proyecto.
Pero este proceso histórico argentino está sobre otro proceso mundial que es el proceso de masificación y tecnificación de la cultura mundial especialmente de los países altamente industrializados.
La tesis de este artículo es vincular la solución drogadicta del adolescente, como salida de evasión a su angustia y confusión que está incluida en la concepción tecnológica-farmacológica de la vida de la sociedad de masas. Señalar que especial¬mente el adolescente no hace sino llevar más lejos una opción negadora de la problemática psicológica y existencial, donde una pastilla, un psicofár¬maco sustituye un diálogo con otro es la estrategia del atontamiento químico que no enfrentar la superación de etapas vitales, las naturales angustias y contradicciones que permiten la maduración de un proceso de vida, es decir de un proceso le individuación que da sentido a la vida. Existe todo un enorme aparato multinacional de los psi¬cofármacos, de las bebidas alcohólicas y del cigarrillo que induce el consumo de evasión, que lleva al encierro. Esto lo decimos pues cualquier droga no es ni buena ni mala en sí misma, los pueblos ecológicos (mal llamados primitivos) incluyen drogas en sus ceremonias rituales de socialización, pero las usan como facilitadoras del acercamiento amoroso y solidario de la tribu y para enfrentar las incógnitas existenciales del hombre. Todo lo contrario es su uso en las sociedades tecnológicas donde es un instrumento de evasión individual para quedar más solo y confundido pues las ceremo¬nias dialogantes y solidarias están destruidas por el modelo social de competitividad individual, el anonimato de las masas urbanas, la fragmentación de roles y la comunicación intermediada por los canales masivos, que sustituyen el diálogo por la recepción pasiva de información.
El proceso de tecnificación de la cultura urbana va estructurando todos los niveles de la rea-lidad, el hábitat, los instrumentos, el uso del cuerpo, los modos de comunicación, las normas de relación, de modo tal que va haciendo cada vez más difícil las interacciones cara-a-cara, donde una persona se compromete con otra corporal, emotiva y dialógicamente con otra. Las interacciones son en la familia reducida, lo cual determina relaciones demasiado super¬puestas o en la calle con la masa anónima donde siempre se testimonian como desconocidos, se ven mutuamente como anónimos. La cultura tecnológica de masas, donde el estado va contro¬lando cada vez más aspectos del individuo, ha per¬dido el espacio social intermedio entre el hogar (la familia) y la calle (el estado) y es el espacio comunitario de las instituciones de base, que son desarrolladas creativamente desde las personas. Solo existen las instituciones formales que son dirigidas y organizadas desde el estado o grandes empresas anónimas donde no hay participación de sus miembros, por ejemplo: Escuelas, universidades, grandes clubes, etc. Ninguna de ellas permite expresar la singularidad de los grupos y de las particularidades de ese momento social, con las preocupaciones y proyectos específicos de los que se componen el espacio comunitario de esa institución.
La identidad de una persona depende de su integración activa y dialógica en un grupo comunitario, es decir que supere su grupo interno (su familia). Este pasaje de la familia donde tuvo el rol de hijo al grupo de pares donde va a encontrar su pareja y realizar su proceso de individuación se llama el proceso de exogamia. Este proceso en la sociedad tecnológica está perturbado pues el tejido social está destruido o controlado verticalmente por el Estado o por grandes empresas (donde quien decide no forma parte de la comunidad). Este va creando el habitante-robot, que pasivamente piensa y hace lo que pensaron o decidieron otros, es el hombre-programado. La escuela, la universidad, la televisión, los medios, las grandes empresas de "diversiones", están sustituyendo los antiguos espacios de socialización: la cuadra del barrio (la solidaridad vecinal), las sociedades de fomento, y todos los grupos de creatividad, la "barra de la esquina", el café de barrio, las murgas carnavaleras, la parroquia y todas las ceremonias espontáneas (actualmente diríamos autogestivas) de los pibes, los adolescentes, los adultos.
En los jóvenes que tuvieron su socialización en los últimos veinte años, este proceso de lavado de cerebro fue más grave, durante el terror de estado. Los grupos de toda clase estaban controlados o prohibidos, y luego de la corta euforia de la apertura democrática se agudizó otra imposibilidad, la de encontrar inserción laboral, la desocupación, resultado del empobrecimiento (deuda externa, recesión) deja una gran masa de adolescen¬tes en situación de ocio forzado.
Cuando a Sigmund Freud le preguntaron: "Maestro, ¿qué es la salud mental?", contestó: "poder amar y trabajar"... esto es poder tener vínculos de empatía e insertarse laboralmente. Pero ¿cuándo se puede cumplir con estas dos funciones?. Cuando podemos dialogar, es decir, hablar, escuchar y contestar; cuando se cierra el cir¬cuito de la comunicación; no sólo cuando escuchamos sino fundamentalmente cuando nos escuchan y nos contestan, pues como dice Jean P. Sartre: "mi identidad es la contestación del otro, el otro es el testigo de mi singularidad". ¿Por qué decimos esto en un artículo sobre la drogadicción? Porque este tipo de sociedad tecnológica no asegura espacios dialogantes, la persona es bombardeada por miles de mensajes que se constituyen en una programación pero la persona no tiene la posibilidad de contestar esos mensajes, los me¬dios masivos no tienen vuelta, el televisor (como también la radio, el cine y la prensa) no tiene oídos, es como un manipulador que induce ideas y conductas pero que no recibe lo que cada mente procesa con cada mensaje y sabemos que la identidad, la singularidad de un individuo tiene que ver con su oposición dialéctica con el modo de contradecir, transgredir creativamente el mandato dado. Yo soy porque opto por algo nuevo que me singulariza.
Y para finalizar este análisis, debemos dar la última etapa de este proceso de manipular, de programar habitantes anónimos, porque el resultado es la dificultad de crear un núcleo de identidad, un proyecto vital propio que dé un sentido a cada vida. Especialmente los jóvenes pueden tener dificultades para organizar prospectivamente su percepción de la realidad. En cualquier momento el sentimiento de existencia pierde sentido y cae en la vivencia de vacío, de presente continuo, esta sensación de conciencia detenida es productora de un gran monto de angustia, pues se configura como angustia de muerte. Este sentimiento de soledad es insoportable y cualquier cosa para salir de él es útil. Aquí, finalmente aparece la solución química-tecnológica, un procedimiento artificial para sentir que todo vuelve a moverse, asegu¬ra la corriente de conciencia por la estimulación farmacológica y con esto llegamos por fin a lo que queríamos señalar: que la misma sociedad pro¬duce la enfermedad (el anonimato angustiante) y la seudo-solución, las drogas legales e ilegales.
Además cuando las condiciones sociales fueron de frustración e incomunicación menores, la adicción propuesta fue el alcoholismo (especialmente de los sectores marginados y empobreci
dos). La droga (la cocaína) era una necesidad de los artistas (para estimular la creación) y en algunos niños bien hastiados de tanto ocio opulento. Pero cuando la situación social se torna desesperada (des-esperada, sin esperar un futuro, un proyecto), la seudo-solución química-tecnológica se transforma primero en el "inocente" psicofármaco recetado por el médico (detrás están las multinacionales de la farmacología) y luego, como la crisis social aumenta, aparecen las ilegales (las multinacionales del narcotráfico) que tienen sus "tandas publicitarias" en las series policiales americanas donde el drogadicto es muchas veces un protagonista; o las empresas discográficas que especulan con violencia-sexo-droga y rock and roll y crean una cultura de idealización de la estimulación electrónica basada en el trance y la intensidad del sonido.
Si ahora agregamos otro factor que potencia esto anterior, que es el empobrecimiento y la de¬socupación, aparecen nuevos elementos. Uno, el no-proyecto individual, familiar y nacional que condiciona la inseguridad económica; otro la destrucción familiar, que produce la desocupación, especialmente en las clases marginadas (niños en la calle que recurren a los inhalantes de tolueno. Y finalmente, las formas marginales de combatir el hambre que son el robo, la prostitución, y la mendicidad.
Nuestra experiencia clínica nos lleva a pro¬poner una psicopatología mutante, es decir, cuadros nuevos que no son categorizables desde la psicopatología clásica (histerias, neurosis, melancolías, etc.) y que se emparentan con los antiguos cuadros borderline (los trastornos narcisíticos), pero que tienen características distintas. Las llamamos síndrome de la vida vacía, donde se vivencia una paralización del sentimiento de existencia. Y pensamos que muchas adicciones graves son un intento de salir de este estado de psiquismo.
Por último, haremos una aclaración respecto a la asociación droga-violencia que hacen los me¬dios periodísticos (y que constituye también una "verdad policial").
Nosotros pensamos que otra de las salidas del sentimiento de conciencia vacía (el síndrome de la vida vacía) es la acción, el movimiento; pero como el diálogo (el ida y vuelta de la comunicación) está roto, la única posibilidad de interacción es la acción en base a una proyección. Es decir, si no hay posibilidad dé amor (pues para amar hay que conocer al otro, tener el placer de ser también reconocido y querido) entonces, se consagra el odio como emoción (que es mejor que la soledad abrumadora) y aparece el espacio paranoide. Es decir, la violencia como salida del encierro paralizante. Si ataca, se me configura nuevamente un ar¬gumento vincular con el otro, ya que no estoy so¬lo, existo frente a mi víctima.
¿Por qué decíamos que la violencia es otra salida bastarda de la conciencia vacía?... Porque el tipo de personalidad básica de una salida, la droga y la otra, la violencia, son distintas. El joven que se droga generalmente tiene una personalidad esquizoide (se ve para adentro de sí mismo); en cambio, el que puede recurrir a la acción violenta, tiene características epileptoides y psicopáticas, tiene el yo organizado hacia afuera y dificultades en la simbolización: no piensa, actúa, es el candi¬dato a la página policial muchas veces con agravan¬tes sádicas y conductas irracionales.
El otro, el esquizoide, es el adolescente que se "manda el gran viaje" con visualizaciones auditivas y visuales. En comparación con el mundo de los alcohólicos (el autor, como director del Hogar Félix Lora de la Municipalidad de Buenos Aires, tu¬vo bastante experiencia con "grandes curdas"), donde se dice que alguien tiene "mal vino" y "buen vino", el primero es el curda peleador, violento y peligroso y el segundo es el curda charla-tán, divertido, que termina dormido. Estas dos especies de alcohólicos no se superponen, se van a la violencia (hacia afuera), o se van hacia adentro (a los recuerdos).
Tampoco pensamos que se puede asociar siem¬pre droga con violencia. Pero también aclaramos que en los violentos, en los delincuentes, la droga es un facilitador del asalto o del homicidio y aquí sí que corresponde la asociación violencia-droga.
En el otro tema del drogadicto que queda diri¬gido hacia sus fantasías y sensaciones (el que lla¬mamos esquizoide), llega una etapa (si sigue la escalada de la droga) en que trasgrede (delinque), y es cuando se transforma en pasador de droga, que recibe como pago, parte de la droga que distribuye.

Por ALFREDO MOFFATT
Psicólogo Social