Quien ha sufrido mucho-el grado de sufrimiento a que puede llegar un hombre basta casi para
determinar su puesto en la jerarquía- suele estar lleno de orgullo
intelectual y de hastío, se siente impregnado y como coloreado por una
certidumbre terrible, la de saber más acerca del sufrimiento, gracias a su
propia experiencia dolorosa, que los mas inteligentes y sabios, puesto que ha
explorado los mundos lejanos del terror en que vivió un tiempo “como en su
casa”. Esos mundos de los que otros no saben nada. Ese taciturno orgullo del
que sufre, ese orgullo del elegido por el conocimiento, del iniciado, casi de
la víctima del conocimiento, le obliga a adoptar toda clase de disfraces para
protegerse del contacto de manos indiscretas y compasivas y en general, de todo
lo que no le iguala en sufrimiento. El sufrimiento profundo hace de nosotros
aristócratas, aísla. Uno de sus disfraces más delicado es el epicureísmo y una
especie de alarde que toma el dolor a la ligera y se defiende contra toda
tristeza y contra toda profundidad. Hay hombres “joviales” que se sirven de su
jovialidad para que no se les conozca. Hay sabios que se sirven de la ciencia
para darse un aire de serenidad, porque el gusto por la ciencia hace suponer
que el hombre es superficial. Quieren inducirnos a esta falsa conclusión. Hay
espíritus libres y desvergonzados que intentan ocultar y negar que tienen el
corazón destrozado, orgullosos de llevar una herida incurable (el cinismo de
Hamlet, el caso de Galiani), y a veces la bufonería misma es la máscara de una
nefasta o segura certidumbre. De ello resulta que es una prueba de humanidad
muy delicada respetar la “máscara” y no ejercer a tontas y a locas nuestra
penetración psicológica y nuestra curiosidad.
Friedrich Nietzsche
Bibliografía: Mas allá del
bien y del mal. Novena parte -270-
Titulo original: Jenseits von Gut und Böse – traducción de
Carlos Vergara