Entre demanda y deseo hay una solución de continuidad, un
intervalo, un hueco. Este hueco ya no es natural ni preexistente pues lo cava
la demanda, más acá de ella misma, en su retroacción sobre lo que era el plano
de la necesidad. En este hueco, que ya no es carencia en la necesidad, sino
falta en ser, se aloja el deseo. El deseo se esboza en el margen donde la
demanda se desgarra de la necesidad. Es decir, queda ubicado con la estricta
significación de la irreductibilidad de la demanda a la necesidad. El término
mismo de deseo traduce este efecto de negatividad generado por la demanda misma
en su incidencia sobre la necesidad. Resume el trastorno aportado por la
función de la palabra sobre el viviente. Contrariamente a la necesidad,
que busca su satisfacción y puede encontrarla, o no, esto depende de las
contingencias, el deseo es, como tal, una función en pura pérdida, en la medida
que el deseo mismo lo situamos por relación a la satisfacción. Es decir, aún
satisfechas las necesidades, hay un hueco de insatisfacción que permanece. Este
hueco es lo que Lacan denomina la falta en ser , es decir, la
desnaturalización, la pérdida del goce natural de la vida, y el surgimiento de
una falta generada por el lenguaje mismo, falta que es la causa del deseo.
El sujeto afectado de falta en ser buscará
entonces un complemento en el Otro y esto imprime a su demanda un carácter muy
especial, por donde se va a revelar muy claramente que la demanda, lejos de ser
demanda del objeto de la necesidad, es en el fondo esa demanda de nada en qué
consiste la demanda de amor.