Ernesto Moya - Psicólogo Social
¿Está todo programado y calculado
minuciosamente? ¿Pensamos o somos pensados? ¿Somos libres o seguimos parámetros
impuestos por el control social? ¿Cuál es la finalidad? ¿Política, económica,
de poder?
Ideas creencias hábitos y deseos que
habitan en nuestro cerebro no se originan allí como sostiene un famoso neurólogo
argentino en estos tiempos. Para que algo salga del cerebro primero tuvo que
haber entrado, por lo tanto alguien guía la mente de la forma que más le
conviene a los intereses del poder. Cabe recordar que “El
hombre en tanto configurado y determinado en y por una red relacional, es
“sujeto producido”, emergente de procesos sociales, institucionales, vinculares”.
(Ana Quiroga). Toda
subjetividad da cuenta de la singularidad de un sujeto inserto en un sistema de
relaciones de producción.
Los medios de comunicación moldean el
relato de la realidad y hacen de ella una realidad de todos o casi todos.
Debemos recordar que estamos inmersos en un sistema de producción, por lo tanto
el discurso social siempre va a ser funcional a éste, aunque también presupone
una interpretación por parte del receptor. Los sectores de poder saben mucho de
estas cosas y de cómo llegar a la franja de la población que les interesa.
Todo esto pareciera ser parte de una
tendencia mundial impulsada por gobiernos y grandes capitales.
El objetivo, es volver
al público fácilmente manipulable debilitando su capacidad de análisis y de
sentido crítico. Desean crear una sociedad de sujetos que abandonen los ideales
y aspiraciones que los hacen rebeldes, para conformarse con la satisfacción de
las necesidades promovidas por los intereses de las élites dominantes. La potencia
del poder no nos potencia a nosotros como seres humanos, por lo contrario, nos
lleva a la impotencia al transformarnos en mercancías. Como escribe Marx: “La
desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del
mundo de las cosas.” El capitalismo necesita para su reproducción de una
sociedad que se sostenga en el consumismo donde se cosifica al sujeto y se
fetichizan las mercancías que adquieren características mágicas y maravillosas.
Las contradicciones provocadas por la construcción
de realidades virtuales y la desmentida de la percepción permanente, producen significativos
impactos en lo subjetivo y por lo tanto, en los vínculos. Instalando una enorme
distancia emocional, en que el sujeto y los acontecimientos se tornan
abstractos. La realidad que se va construyendo a través de la información y cuando
parece que ya conocemos lo que está pasando, surge la anti información
provocando un giro de 180 grados que nos genera momentos de confusión y de este
modo muchas veces nos aferramos a esa verdad que se nos ofrece. Estamos rodeados de mentiras, la palabra
miente. Lo único cierto en
este momento es la desorientación general, la inseguridad creciente, la pobreza
amenazando millones de hogares mientras un sector minoritario obtiene
posiciones más ventajosas en el reparto del poder.
Todo tiene que ver con la ingeniería
social. Donde se diseñan técnicas por las cuales se modifican conductas de la
población de manera que se consideren “beneficiosas”. Se aplican mecanismos
para mantener contenta y controlada a la sociedad. Y muchas veces se aprovechan
los miedos para utilizarlos como armas propagandistas y así obtener el apoyo
que necesitan, ya sean partidos políticos, empresas multinacionales, gobiernos
etc.
La fragmentación social que todo esto
provoca es fundamental para la colonización de la subjetividad. Esta
colonización se lleva a cabo a través del despojo del derecho a expresar con
autonomía el pensamiento propio y crítico. Tengamos en cuenta que en el
interjuego sujeto-mundo, lo externo se hace interno, y éste a su vez se
transforma en su opuesto ya que lo interno se externaliza. Pichón Rivière considera al individuo
como una resultante dinámica del interjuego establecido con los objetos
internos y externos, en constante relación de interacción dialéctica que dará
como producto sus diversos comportamientos.
Mientras tanto, la programación social también impone determinados
estereotipos, estilos de vida, los cuales la gente quiera parecerse a ellos,
como símbolos de éxito, de felicidad, y allí comienza el marketing social. Hoy
se promueve la “meritocracia”, un sistema basado en los valores del
individualismo posesivo, en el que la solidaridad y el apoyo mutuo se
consideran como algo a no tener en cuenta. Ponen de moda esos estilos de vida a
través de programas vacíos en la televisión y películas. De ese modo nos venden
la idea de que somos libres porque hacemos aparentemente lo que nos da la gana,
pero nos crean dependencias como parte de esa programación y en realidad la
vida no tiene nada que ver con Sex and The City. El espejismo de querer ser
feliz, de querer ser a toda costa ser feliz todo el tiempo, hace infeliz a
mucha gente que, obviamente no lo consigue.
Es
así como el sometimiento mental conduce a la ausencia de objetivos,
favoreciendo la desidia y dejando al sujeto a expensas de la decisión de otros
debilitando su capacidad de reacción ante la injusticia, la corrupción y el
abuso. De este modo se
deterioran los procesos de simbolización, ya que el sujeto no puede pensar ni
pensarse.
Los colonizadores de la subjetividad
necesitan del pensamiento acrítico, necesitan de la pasividad de la
inteligencia que impide comprender y pensar con rigurosidad. Necesitan de
sujetos adaptados sin cuestionar el orden social, de una adaptación pasiva. Enrique
Pichón-Rivière estableció que el proceso fundamental sobre el que se construye
la salud es la “adaptación activa a la realidad”, para la cual un factor
decisivo es el aprendizaje. La adaptación activa supone inquietudes, preguntas,
movimientos, y se contrapone a la adaptación pasiva, que implica quietud, certezas,
estereotipias. El
aprendizaje y la construcción de la salud, en tanto adaptación activa a la
realidad, se asocian así con los movimientos creativo-críticos que los sujetos
grupales establecen en su interacción transformadora de la realidad.
Ernesto Moya
Psicólogo Social- Counselor