El
recuerdo y el olvido, a partir de la obra de Borges
Las
cuatro memorias
Tomando
como guía la obra literaria de Jorge Luis Borges, el autor discierne entre
cuatro formas distintas de memoria: la del rencor, la del pavor, la del dolor y
la del esplendor.
Por Luis Kancyper
Entre los pliegues de
la "cambiante forma de la memoria que está hecha de olvido" (Borges,
"Los conjurados") distingo cuatro memorias: la del rencor, la del
pavor, la del dolor, y la memoria del esplendor. Mientras que las memorias del
rencor y del pavor permanecen refractarias al olvido, al perdón y al trabajo
del duelar, las memorias del dolor y del esplendor integran al pasado en una
diferente reestructuración afectiva espacial y temporal y propician el duro,
lento e intrincado trabajo de elaboración de los duelos.
Las diferencias entre
las memorias del esplendor, del rencor, del pavor y del dolor resultan
elocuentes y sus efectos suelen determinar, en gran medida, la identidad del
individuo y de los pueblos. En la memoria del esplendor, los recuerdos de la
historia vigorizan las tres dimensiones del tiempo. El esplendor de esta
memoria se basa en el hecho que la dimensión del pasado ilumina con su
resplandor al presente y, al mismo tiempo, el futuro se reabre con un
sentimiento oceánico y mágico a la vez. Podemos pensar que la memoria del
esplendor guarda cierta semejanza con la imagen borgeana del Aleph. Es un
acontecimiento en el que conviven, en un momento y espacio de fulgor y con
felicidad, los tres tiempos cronológicos, sin aparente superposición ni
contradicción.
En El poeta y la
escritura, Borges pone de manifiesto la fugacidad de la felicidad que participa
en la memoria del esplendor:
"La poesía se ha
dedicado en buena parte a lamentarse; yo diría que hay un solo poeta que ha
cantado la alegría presente, es el gran poeta español Jorge Guillén. Uno siente
que él está cantando, que al escribir se siente muy feliz. En general se ha
preferido deplorar la felicidad perdida, paraísos perdidos; en cambio Guillén
ha hecho, hace gustar esa maravillosa proeza de cantar la felicidad presente,
cosa que nadie parecería haber hecho. Porque en el caso de Whitman uno siente
que se impuso la tarea de ser feliz, pero que posiblemente fuera un hombre
desdichado. Y quizá la desdicha sea mejor material que la felicidad, porque la
derrota es mejor material que la victoria, porque la derrota tiene que ser transformada
en otra cosa, la desdicha también. La felicidad, en cambio, es un fin en sí
mismo y no necesita ser cantada; ya es una suerte de canto la felicidad. Sus
visitas son tan fugaces que debemos agradecerlas cuando llegan. Uno debe
aceptar esas rachas de misteriosa felicidad y agradecerlas de igual modo que
uno debe aceptar siempre la dicha, la amistad, el amor, aunque se sepa indigno
de ellos".
Mientras que el pasado,
en la memoria del esplendor, arroja luz hacia el presente y el futuro, en las
memorias del rencor y del pavor el pasado eclipsa las otras dos dimensiones del
tiempo. En la memoria del rencor, presente y futuro permanecen hipotecados para
reivindicar un injusto pasado que se reinfecta por el accionar de los
resentimientos y remordimientos incandescentes y compulsivos (Kancyper L.,
Resentimiento terminable e interminable, Buenos Aires, Lumen, 2010).
En esta memoria
diferenciamos dos tipos diferentes: la memoria del rencor comandada por
resentimientos y remordimientos conscientes y manifiestos (como en el cuento
"Emma Zunz", de Borges) y aquella otra memoria del rencor en la que
los resentimientos y remordimientos se hallan latentes, encubiertos o
enmascarados (como en "Funes el memorioso").
En la memoria del
rencor prevalece la esperanza reivindicatoria. En cambio, en la memoria del
pavor las reminiscencias traumáticas empantanan presente y futuro con un
pertinaz sentimiento de desconfianza. El presente no se vive como un verdadero
presente, lo que implicaría un anclaje actual y perspectivas de futuro. El
mnemonista del pavor es un forastero acosado de los caminos. No puede
permanecer ni pertenecer en un lugar y en un tiempo sostenidos, le resulta
imposible entablar vínculos confiables.
Jorge Luis Borges en su
poema "El amenazado" describe ese mismo destino infausto del
mnemonista del pavor que, como pasajero en tránsito, peregrina en busca de un
futuro perdido. Este poema, escrito en 1972, sería, en gran medida, un lamento
de amor por el amar imposible. El narrador borgeano no puede establecerse en
una relación de amor confiable porque resulta ser rehén de la pavorosa memoria
del "horror de vivir en lo sucesivo":
"Es el amor.
Tendré que ocultarme o que huir. Crecen los muros de su cárcel, como en un
sueño atroz. La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. ¿De
qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición,
el aprendizaje de las palabras que uso, el áspero Norte para cantar sus mares y
sus espadas, la serena amistad, las galerías de la Biblioteca, las cosas
comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis
muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
"Estar contigo o
no estar contigo es la medida de mi tiempo. Ya el cántaro se quiebra sobre la
fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que
miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz. Es, ya lo sé, el
amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror
de vivir en lo sucesivo. Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias
inútiles. Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar. Ya los ejércitos me
cercan, las hordas.
(Esta habitación es
irreal; ella no la ha visto.) El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en
todo el cuerpo."
El destino del sujeto
apresado por la memoria del pavor se halla regido por el accionar inconsciente
de angustias de desvalimiento y de muerte que no alcanza a domeñar, a
diferencia de la angustia de castración que comanda a la memoria del dolor.
En ésta no se olvida el
pasado, pero se lo admite y acepta lo perdido como lo irrecuperable y
resignable, lo cual posibilita el pasaje al presente y a un futuro posibles no
idealizados. En la memoria del dolor, el pasado deja de ser presente para
transformarse en experiencia pasada, ya que sólo de esta manera se lo puede
considerar como una experiencia útil frente al presente. En cambio, el
mnemonista del rencor se posiciona como una pretenciosa e injusta víctima por
las frustraciones padecidas. Frustraciones, promesas e ilusiones incumplidas
que lo legitiman para detentar un poder soberbio y reivindicativo, generando en
la dinámica del campo intersubjetivo una tensa atmósfera de crispación, que
suele exteriorizarse de un modo compulsivo a través de la queja, el litigio, el
reclamo,el reproche y la venganza.
El mnemonista del
dolor, a diferencia del mnemonista del rencor y del pavor, asume, por un lado,
la pérdida de una vana esperanza planetaria, y por otro lado, la asunción de
una otra realidad menos idealizada pero más acotada e imperfecta. En el poema
"1964" Borges enfoca en cámara lenta la existencia del dolor y de la
tristeza que se presentifican durante el trabajo de elaboración de un duelo
normal:
"Ya no es mágico
el mundo. Te han dejado./ Ya no compartirás la clara Luna/ Ni los lentos
jardines. Ya no hay una/ Luna que no sea espejo del pasado,/ Cristal de
soledad, sol de agonías./ Adiós las mutuas manos y las sienes/ Que acercaba el
amor. Hoy sólo tienes/ La fiel memoria y los desiertos días./ Nadie pierde
(repites vanamente)/ Sino lo que no tiene y no ha tenido/ Nunca, pero no basta
ser valiente/ Para aprender el arte del olvido./ Un símbolo, una rosa, te
desgarra/ Y te puede matar una guitarra.
"Ya no seré feliz.
Tal vez no importa./ Hay tantas otras cosas en el mundo;/ Un instante
cualquiera es más profundo/ Y diverso que el mar. La vida es corta/ Y aunque
las horas son tan largas, una/ Oscura maravilla nos acecha,/ La muerte, ese
otro mar, esa otra flecha/ Que nos libra del sol y de la Luna/ Y del amor. La
dicha que me diste/ Y me quitaste debe ser borrada;/ Lo que era todo tiene que
ser nada./ Sólo me queda el goce de estar triste,/ Esa vana costumbre que me
inclina/ Al sur, a cierta puerta, a cierta esquina.
"Hay tantas otras
cosas en el mundo".
En la memoria del dolor
se posibilita aprender el arte del olvido, y la apropiación del dolor puede
convertirse en una fuerza dinámica capaz de propiciar la reconstrucción de un
sentido propio y comunitario. Los duelos comandados por el dolor y no por el
rencor ni por el pavor habilitan al sujeto a dar eficazmente vuelta la página
de su historia repetitiva para habilitar entonces un nuevo comienzo.
Marc Augé otorga una
función fundamental al olvidar. Señala "que es necesario; tiene un papel
muy activo. Porque lo que se olvida va dibujando las formas de lo que se
recuerda. Es como un trabajo de escultura. Lo que queda no es un recuerdo,
simplemente, sino un recuerdo trabajado por el olvido".
La definición del
olvido como labor de cincelado del recuerdo toma otro sentido en cuanto se
percibe como un componente actuante y secreto que opera en la configuración de
la propia memoria y Borges señala precisamente este delicado balance ente el
recuerdo y el olvido en su poema "Un lector":
"Mis noches están
llenas de Virgilio,/ Haber sabido y haber olvidado el latín/ Es una posesión,
porque el olvido/ Es una de las formas de la memoria, su vago sótano,/ La otra
cara secreta de la moneda..."
En efecto, el olvido y
la memoria se dan en forma conjunta y se condicionan recíprocamente como el
anverso y reverso de las monedas.
Pero el fugitivo del
pavor, como así también la víctima y victimario del rencor, se regodean en una
memoria que los atenaza y que no pueden olvidar, que no pueden mantener a
distancia del consciente. Los mnemonistas del pavor y del rencor permanecen
inquietos en el umbral de una irrefrenable huida y despedida. Borges, en
Diálogos de vida y de muerte, señala la relevancia de la despedida:
"Quizás el momento de la despedida es el momento más intenso en la
relación entre dos personas. Cuando uno se despide de alguien, uno está más con
esa persona que si uno la ve vulgarmente. Al mismo tiempo uno sabe que ésa es
la última vez. Quiero decir que en la despedida se dan a la vez la máxima
presencia y la máxima ausencia, ¿no?".
* Miembro titular de la
Asociación Psicoanalítica Argentina. Autor de Resentimiento terminable e
interminable y otros libros.