La historia de
la humanidad ha inscripto y destruido imágenes del cuerpo a lo largo de los
siglos. Mitos, leyendas, brujerías, historias de ficción o reales han
conformado imágenes del cuerpo que constituyeron modelos, monstruos, ideales y
que en un juego paradojal existencial se encarnan en la propia imagen corporal
y en la imagen corporal social que define el lugar del cuerpo en cada
comunidad.
Los grupos sociales han ido creando sus identidades, construyendo y
destruyendo imágenes del cuerpo como un juego de espejos, donde es
imprescindible la mirada del “otro” para reconocerse. Se trata de un jugo
virtual entre lo individual y lo social donde los espejos se resquebrajan, se
fragmentan, se reproducen, devolviendo una imagen corporal que se desea ver y
otra que se prefiere negar. Es así como en cada etapa histórica, suele
esconderse aquello que es considerado monstruoso, deformado, vil, maligno, etc;
en los tiempos que vivimos, la gordura, la discapacidad, el color de la piel,
la vejez o la estatura entre muchos otros. Los medios de comunicación captan,
como sagaces sabuesos, imágenes del cuerpo que constituyen”modelos” de amor y
odio, de lo permitido y lo prohibido vomitándolo luego en páginas a todo color
en revistas, afiches, fotografías, imágenes televisivas, que no son más que
respuestas a mandatos de la economía, la política, la voracidad de poder. Estos
modelos constituyen modelos mentales que traspasan la condición física del
cuerpo, que ya son propuestos por la cultura y así cumplen una función
organizativa, dan identidad, pertenencia, otorgan sentido al sí mismo, como el
sentido a la comunidad. Si bien es cierto que los modelos corporales-sociales
constituyeron siempre, a lo largo de la historia, una función impositora de
normas y modos de pertenencia, la fascinación que los medios masivos
producen es tal, que tomar distancia de ellos es prácticamente imposible.
No se trata de recuperar una libertad perdida, sino que estos nuevos modelos
mediáticos ofrecen una “nueva libertad”, gigantesca, abstracta, e inmediata sin
moverse de la silla.
Imágenes
corporales que a pesar de la velocidad y repetitividad con que son transmitidas
quedan congeladas, fijas, en una gran playa de estacionamiento; constituyen de
este modo figuras emblemáticas para el consumo cotidiano.
“Si se está en TV. Se es mejor persona” dice Nicole Kidman en la
película “Todo por un sueño” de Gus Van Sant, donde sus esfuerzos por
aparecer en pantalla la llevan a matar y matarse. A vender el alma –perdón y el
cuerpo- a los segundos televisivos del informe meteorológico. Son esos
instantes fugaces los que la protagonista ilusiona, le dan fama, la identidad,
el cuerpo, que como todo pronóstico meteorológico se esfuma y transforma al
enunciarse. Tan mutable como el tiempo.
(Fuente: Artículo
publicado en la revista Topía, N° 18, 1997)